Publicado: 16.04.2018
El cruce de la frontera fue sencillo y no tuvimos que esperar. El autobús se detuvo en Perú y caminamos a pie hacia Bolivia para continuar desde allí. En Copacabana nos alojamos en un hotel con una vista muy bonita al lago Titicaca.
La primera noche caminamos a un mirador para ver la puesta de sol y el cielo estrellado. Aquí se podían ver muchas estrellas y también la Vía Láctea. Lo que nos sorprendió un poco a todos fue que no había ninguna señal de la luna. Probablemente no había salido aún, pero tampoco se pudo ver al siguiente día después de las once. Cuando bajamos del mirador, al principio solo nos acompañó un perro, Paul lo llamó Rudolf hasta que se reveló que en realidad era más bien una Rudolfina. Al final, había tres perros con nosotros que nos acompañaron hasta el restaurante al que fuimos a cenar. Tuvimos la sensación de que nos protegían de los otros perros callejeros; en cualquier caso, nos sentimos muy seguros en ese pequeño grupo.
El martes por la mañana tomamos un barco durante 1,5 horas hacia la Isla del Sol, la isla donde, según la mitología, el dios del sol Inti creó al primer gobernante de los Incas. La Isla del Sol tiene 9,6 km de largo y 4,6 km de ancho, es montañosa, no tiene carreteras, pero sí playa (y un pollo muerto en el agua). Hoy en día, en la isla vive alrededor de 2000 personas y el punto más alto está a 4075 metros sobre el nivel del mar. Caminamos un poco y al final nos sentamos un rato en el puerto. Los chicos fueron al agua, pero Velina y yo no queríamos acercarnos al pollo que siempre se acercaba más.
A las tres de la tarde, los barcos regresaron a Copacabana.
El miércoles continuamos hacia La Paz. No hubiera tenido problema en quedarme aquí un día más, era un lugar tranquilo, un sitio relajado junto al agua con poco tráfico en las calles.
~Lenja