Publicado: 13.03.2018
Desde la semana pasada, estoy supervisando a un par de hermanos, Isaac y Jossef, de 10 y 12 años. Siempre y cuando se presenten. La semana pasada solo aparecieron en dos de las cuatro sesiones. No es tanto mala intención, sino más bien su naturaleza sencilla. Simplemente no lo habían entendido bien.
Ambos no saben leer y estoy un poco perdido, porque no sé muy bien qué hacer con ellos. Le pedí a Keeley dos cuadernos de caligrafía - ella dice que hacer copias es más barato. Pero la copia simple en la oficina hace reproducciones tan malas que es difícil distinguir las líneas. Así que ahora dejo que los chicos pinten todas las letras. Están muy concentrados en eso, hasta que después de media hora se les acaba el entusiasmo. Entonces, sobre todo el pequeño, Isaac, empieza a regatear conmigo sobre en qué página puede detenerse. No tiene mucho sentido insistir, solo por la formalidad y para tener la última palabra, sigo pidiendo otra página. Por mi experiencia, la emoción suele disminuir cada vez más en el transcurso de una semana, cuando los niños se dan cuenta de que esto es un asunto serio y que a veces incluso tienen que hacer pequeñas tareas.