Publicado: 11.03.2018
Me había citado hoy con Sarah y Shannon para ir a Masaya, una de las ciudades más grandes cercanas al volcán del mismo nombre.
El viaje dura aproximadamente 45 minutos. Sin embargo, tuvimos que esperar media hora en el autobús hasta que el conductor lo considerara lo suficientemente lleno y comenzara. En los desgastados asientos de plástico del autobús escolar americano retirado, uno se siente húmedo y pegajoso en un abrir y cerrar de ojos. Hoy, al mediodía, era apenas soportable.
En Masaya hay un enorme mercado laberíntico justo al lado de la terminal de autobuses. Los lectores atentos quizás lo recuerden. Ofrece principalmente alimentos y artículos de primera necesidad. Pero en el corazón del mercado hay una sección de artesanías y recuerdos. Shannon sacó su lista de recuerdos encargados y comenzó a trabajar en ella. Aquí, en el centro del mercado, los puestos están tan juntos que no entra luz del día. Y no sopla ni una brisa.
Mi botín: un imán de nevera (una pequeña manía mía) y una pintura muy pequeña, naive.
Me pareció muy buena la piñata de Spiderman porque el superhéroe estaba representado aquí con una barriga prominente y bracitos cortos.
Las piñatas son (¿o ya lo mencioné?) figuras huecas hechas a mano de papel crepé (vaya, cuatro P's), que se llenan de dulces en ocasiones de cumpleaños y otras celebraciones. Se cuelgan del techo y el agraciado debe intentar golpearlas con un palo, con los ojos vendados, hasta que estallen y lluevan caramelos.
Aún no hay cambios en el clima a la vista.