Publicado: 11.08.2024
Sócrates era un espíritu crítico. Brillaba con su propia humildad y animaba a sus discípulos a reflexionar sobre la sociedad y a sacar conclusiones. Desarrolló, sobre todo, un método de preguntas que debía hacer visibles las causas y los trasfondos de las afirmaciones y actitudes. Así, también cuestionó las riquezas de los poderosos en la entonces democracia ateniense y el ejercicio del poder para su propio beneficio, y menos para el pueblo. A los poderosos demócratas esto les resultaba una espina en el costado y organizaron un juicio espectacular, en el que el anciano Sócrates fue brutalmente condenado a muerte. La multitud de la asamblea popular fue hábilmente incitada y manipulada para este veredicto. En su celda, una cueva en la colina de Filopappou frente a la Acrópolis de Atenas, Sócrates fue obligado a beber una poción mortal. Así, con medios democráticos de la asamblea popular, se ejecutó a una de las mentes más brillantes. Este proceder en la democracia griega no debería ser el único crimen llevado a cabo mediante métodos democráticos.