Publicado: 07.07.2016
El ostrero (un ave pequeña con un pico naranja puntiagudo) se agacha lo más que puede en la hierba cortada por las ovejas del dique del mar del Norte, en algún lugar entre Büsum y Husum. Ha estado lloviendo continuamente todo el día y la fuerte brisa del oeste no mejora la situación. Desde que el agua avanzó sobre el fango durante la mañana y enterró los deliciosos gusanos, al pequeño ave no le queda otra opción que esperar, dejarse llevar por el sueño y esperar por un mejor clima.
Pero de repente, la romántica idílica del mar del Norte es interrumpida por un ruido desconocido. ¿Una cortadora de césped? ¿Un coche? El ave no puede identificar el sonido. Solo sabe una cosa: el peligro se avecina. Con pánico, empieza a mover sus cortas patitas naranjas de manera torpe.
Pero el ruido amenazador es más rápido y, para escapar de la muerte inminente, decide dar un salto decidido; sus alas deberían llevarlo lo suficientemente rápido fuera de la línea de fuego.
Pero el plan no sale como esperaba. En el momento en que se eleva, el rudo viento del mar del Norte lo atrapa y su intento de huir termina en un medio salto mortal que lo deja agitando las alas indefenso en el suelo. '¡Esto es el final!', es lo único que pasa por su mente. Pero cuando logra recomponerse, aún ve la espalda del ciclista, que avanza con dificultad y apenas a paso de hombre, cargado, a lo largo del carril bici.
'¿Qué le pasa a este que no está del todo bien?!', dice el ostrero en voz alta para sí mismo, antes de regresar a la segura hierba del dique del mar del Norte.
Quizás ya lo han adivinado, el ciclista loco fui, por supuesto, yo. Ayer llegué en el ferry a Kristiansand y, después de los primeros y sorprendentemente accidentados pero hermosos kilómetros en Noruega, decidí tomar un día de descanso (medio día) en Mandal bajo una lluvia torrencial.
Así que tuve tiempo para lavar mis calcetines malolientes y dar un poco de vida a mi blog.
Hasta ahora, todo ha ido muy bien. Aparte del fuerte viento y de la lluvia, que ha sido mi compañera constante, con algunas momentos soleados, no podría estar más contento.
¡La rodilla aguanta! La espalda también calma y poco a poco los músculos se acostumbran a la constante pedaleada.
Ya llevo unos 1200 km recorridos. Desde Kassel a lo largo del Weser hasta el mar del Norte y luego siempre siguiendo la costa a través de Dinamarca hasta (casi) la punta norte en Hirtshals.
El camino ciclista a lo largo del Weser era como un museo al aire libre donde se pueden observar a jubilados en ajustadas prendas deportivas en sus bicicletas eléctricas en su hábitat natural; encantadoras casas de entramado, prados verdes y en medio de todo siempre el tranquilo Weser, que se despliega como un hilo de seda azul a través del paisaje.
En el mar del Norte, el viaje se volvió un poco más duro; el viento en contra y la lluvia constante le han robado un poco la diversión. No obstante, estoy de buen ánimo mientras passo junto a las innumerables ovejas que me miran con ojos grandes y a menudo se cruzan en mi camino (una oveja puede ser bastante terco) pedaleando hacia el norte.
Dinamarca es un sueño para los ciclistas. Gente casi injustamente atractiva y amable, caminos para bicicletas perfectos y un paisaje que logra ser increíblemente hermoso y relajante sin empinadas pendientes molestas.
Mañana continúo hacia Stavanger y Bergen. Todas las personas que conozco y a quienes les cuento mis planes me advierten sobre las empinadas calles de los fiordos. '¡Eres loco!', acompañado de un respetuoso movimiento de cabeza, es probablemente la frase que más escucho. Pero a pesar de todas las dificultades, ¡estoy tan emocionado como un niño pequeño en Navidad por las próximas semanas!