Publicado: 07.04.2022
Argentina era un lugar diferente. Había dejado atrás Perú y Bolivia y me dirigí muy al sur y al este. Córdoba, con aproximadamente 1,5 millones de habitantes, era la segunda ciudad más grande del país y dominaba una región agrícola especialmente rica en el noreste de Argentina.
La época colonial y la obsesionada búsqueda de oro y plata de las culturas amerindias dejó pocas huellas en la Pampa, la vasta llanura argentina. La hora de Argentina llegó solo cuando, a finales del siglo XIX, hubo que abastecer a una población mundial en rápida expansión con alimentos y los suelos fértiles ofrecieron un nuevo hogar a numerosos migrantes de Europa.
El legado europeo del país aún era especialmente visible, en los rostros de la gente o en el paisaje urbano, donde predominaban viviendas de estilo italiano y francés. Pero también en la vida cotidiana, vi en las calles principalmente marcas de automóviles europeas como Renault, Fiat, Volkswagen y Peugeot (en lugar de los habituales vehículos de fabricación asiática). Además, me alegró que los enchufes en la región fueran compatibles con los de mi país.
El clima de Córdoba también me recordaba a Europa a finales de verano. El sol cálido brillaba y las hojas se teñían de color, en los campos el maíz estaba listo para la cosecha y la gente anhelaba la fría temporada. Temporada, solo la palabra había perdido su significado para mí en los últimos meses. Cuando le conté a Matt de Melbourne sobre mis sorprendentes observaciones sobre el inicio del otoño en abril, él comentó irónicamente: '¡Bienvenido al hemisferio sur!'
Además, Córdoba no me ofrecía muchas novedades, poco era sorprendente o digno de mención. Un poco de cultura, un poco de historia, un poco del Papa Francisco, un poco de ciudad universitaria, algo de moderno, algo degradado - una mezcla relajada.
Acostumbrado a la conversión en quetzales guatemaltecos, pesos colombianos, soles peruanos y bolívares bolivianos, me costó un poco adaptarme a los pesos argentinos. 120 pesos eran aproximadamente 1 euro y 100 pesos equivalían a unos 80 céntimos, es decir, tendría que familiarizarme con la multiplicación por ocho. Por un almuerzo pagué entre 500 y 800 pesos argentinos.
Argentina, entonces.