Publicado: 22.12.2019
Lo que ambos no podemos manejar es la omnipresente contaminación acústica que hay en casi todas partes. En el ascensor suena una campanita, en el metro llevan meses repitiéndose los mismos anuncios, en el parque histórico hay altavoces ocultos que emiten viejos sonidos, el centro comercial retumba por encima de cualquier conversación, en el templo de comida cada restaurante tiene su propia banda sonora, los vendedores ambulantes repetidamente hacen sonar sus ofertas desde simples grabadoras y, por supuesto, deben superar el ruido de los demás. Incluso al caminar por las colinas de Hangzhou y Suzhou, a lo largo de los senderos hay altavoces dispersos que emiten exageradamente altos sonidos de guitarras chinas. Al que tenga buenos tapones para los oídos, que lo alabe.