Publicado: 02.01.2020
Se debe invitar a las dudas a sentarse y ofrecerles un café o té. Bueno, eso es lo que he hecho en los últimos días y la duda ha sido mi huésped no invitado. Quizás simplemente no soy un emigrante y pertenezco a la Suiza de las postales, junto a todos los demás conservadores. ¿Qué demonio me llevó a venir a Canadá y estar sentado aquí todo el día navegando en Internet? Como un viejo en un hogar de ancianos, recorro todas las plataformas en Internet docenas de veces al día, con la esperanza de encontrar algún tesoro hundido. Bueno, todo comienzo es difícil y aún más difícil es estar solo. Y a pesar del inquilino permanente de la duda en mi cabeza, queda algo como esperanza, anhelo o algún otro sentimiento que me impulsa a seguir adelante. En todas las películas de emigrantes, la emigración se presenta de manera mucho más sencilla, sobre todo porque los días llenos de éxitos y fracasos se condensan en unos minutos. En la duda, uno se queda ahí como un espantapájaros y no sabe si, al moverse, se encuentra en un valle donde hay una salida o si se está dirigiendo hacia un callejón sin salida. Sin embargo, el callejón sin salida en realidad no importa, lo principal es que uno se mueva.