Publicado: 15.10.2018
Hoy fue y espero que siga siendo el día más angustiante de nuestro viaje hasta ahora. Visitamos el Museo del Genocidio Tuol Sleng, una antigua escuela que fue utilizada como prisión de tortura S-21 por los Jemeres Rojos. En 1975, los seguidores ocuparon todas las grandes ciudades de Camboya y forzaron a la gente a huir al campo. En ese momento reinaba un gran miedo a los bombardeos americanos, que junto con Vietnam también atacaron fuertemente a Camboya, algo que a menudo se olvida, aunque aquí también murieron miles. Por lo tanto, había una gran inseguridad y rabia en el país, el terreno perfecto para organizaciones radicales como los Jemeres Rojos. Ellos seguían la ideología de 'Angkar', el orden, y ponían todo al servicio de esta. Así, cada acción era por el bien de Angkar, para reconstruir un estado comunista fuerte y estable.
Las llamadas 'Nuevas Personas' fueron encerradas aquí, un término que se aplicó de manera muy amplia. Entre ellas se encontraban intelectuales como artistas, maestros, médicos o simplemente personas que provenían de la ciudad. El esquema también se extendía a banalidades como usar gafas, tener manos suaves o utilizar tecnología moderna. Todas estas personas llegaron a este 'lugar del que se entra y no se vuelve a salir', como se le llama coloquialmente.
Dieciocho mil personas entraron, diez sobrevivieron...
Y este horror solo puede ser comprendido parcialmente cuando uno se mueve a través de las habitaciones con un audioguía, en alemán, y debe escuchar lo que las personas son capaces de hacer a otras personas de su mismo país. Repetir todo esto llevaría demasiado tiempo.
Cabe mencionar que siempre se llevó un registro muy preciso de quién fue ingresado, cuándo y por qué. Nadie fue asesinado 'sin razón'. Solo después de semanas de torturas extremas como descargas eléctricas y waterboarding, cuatro cucharadas de sopa al día y en aislamiento de su familia, los prisioneros confesaban todo lo que sus carceleros querían saber y también incriminaban a sus familiares, aunque esto no fuese cierto. A los Jemeres Rojos no les importaba. Ellos tenían su confesión y podían matar a la persona en cuestión, a quien ya no veían como un ser humano, sino como una simple amenaza para 'Angkar'.
Aún hay mucho más que escribir, pero por ahora no quiero extenderme más.
En el museo en sí, se podían ver las viejas celdas y los instrumentos de tortura, en los que a veces aún había sangre. También fue impactante ver las largas paredes fotográficas de los prisioneros y sus torturadores; junto con los relatos de destinos individuales, fue muy conmovedor.