Publicado: 16.08.2018
Con Sonja, una holandesa que conocimos en la escuela de idiomas (entre otras cosas, en el curso de salsa, ver foto), salimos por la noche a la plaza principal del barrio Getsemaní, donde vivimos. Después de comprar comida en un puesto y conseguir cervezas, no pasó mucho tiempo cuando un par de sudamericanos empezaron a hablar con nosotros (Comentario de Cony: 'En realidad empezamos a hablar con ellos, pero eso está bien.'). Un anciano de Venezuela (Comentario de Cony: 'En realidad es colombiano, pero lleva mucho tiempo trabajando aquí'), que es guía turístico, pero aquí no obtiene licencia y por eso vende cerveza, un bartender de 23 años, cuya actividad favorita es escribir canciones de amor para su novia, y un grupo de jóvenes colombianos que pasaron toda la noche estudiando mi diccionario alemán-español y me preguntaban cómo se pronunciaba cada segunda palabra (Comentario de Cony: 'Y el pueblo no.'). Hablamos y hablamos y hablamos (¡y sí, todo en español!) y miramos cómo la gente bailaba salsa en la plaza, bebía cerveza y tocaba la guitarra, ¡y realmente fue increíble! Nuestro español no es nada del otro mundo y repetimos las mismas 30 palabras una y otra vez y, por supuesto, no hablamos de gramática, ¡PERO podemos comunicarnos! Y estamos aprendiendo... ¡los colombianos son realmente geniales! En cada tienda, mientras estamos en la fila o en la calle, nos hablan y tan pronto como se dan cuenta de que nuestro español es mediocre (y eso generalmente sucede rápido :P), hablan despacio, en oraciones simples, repiten pacientemente la misma oración diez veces y nos corrigen cuando decimos algo incorrecto (es decir, prácticamente siempre). Se aprende español aquí, en la calle. De hecho, casi todo sucede aquí en la calle. ¡Las calles colombianas son geniales!