Publicado: 19.05.2019
2. Día Copenhague
Después de nuestro primer encuentro con el mareo durante la travesía a Newcastle, teníamos nuestras dudas, pero nos enseñaron lo contrario. Ya a las 07:00 de la mañana estábamos en las aguas poco profundas del puerto de Copenhague. Sin balanceo, sin náuseas. Aliviados, nos dirigimos a la lucha por el desayuno, conseguimos un par de huevos, tostadas y café, y con suerte, todavía encontramos dos asientos no reservados. ¡Maravilloso!
El desayuno se convertirá, a pesar de la multitud, en nuestra comida favorita. La selección es espectacular y hasta las personas más exigentes (Lars) e intolerantes (Lena) quedan muy satisfechas: hay variedad de pasteles, una enorme selección de frutas, avena, desayuno inglés, pancakes, huevos, muesli, manzanas al horno e incluso ciruelas pasas con canela. Como ya ocurrió con el buffet del día, las estaciones no están sobrecargadas, se prefieren pequeños cuencos y ollas que se reponen varias veces en lugar de tirar demasiados restos.
En un espacio estrecho con muchas personas, se pueden realizar encantosos estudios nuevamente: observamos a la familia británica que desayuna pancakes y Pepsi; a los alemanes, que se pasean junto a nosotros cargados con montañas de pan y bacon, y a los escandinavos, que se contentan con pequeñas cantidades de pescado, tostadas y verduras. No puede ser más estereotípico.
Con 25€ más ligeros, pero sin pensar ni organizar nada, tomamos el autobús lanzadera hacia el centro de la ciudad.
La comodidad devora la independencia...
Al llegar al centro de la ciudad, el cielo se abre como si estuviera a la orden y el sol brilla. Desafortunadamente, no elegimos el mejor día para un paseo improvisado por la ciudad, ¡ya que hoy es el maratón anual de Copenhague!
Copenhague se presenta como una moderna ciudad de bicicletas que quiere ser neutra en CO2 para 2025. Para ello, se está construyendo un metro, lo que llena la mitad del centro de la ciudad de obras.
Aún así, la capital de Dinamarca nos convence con sus bonitos fachadas, cafés alternativos y gente amable.
Como regresaremos aquí en junio, nos tomamos las cosas con calma, dejando de lado muchas atracciones y cuidando nuestros pies, billetera y, sobre todo, nervios. Los precios son, como se espera, absurdamente altos (dos postales con sello nos costaron 10€; un café en la azotea 12€).
Más tarde en la tarde, volvemos al barco en el Krüstchenmobil, donde terminamos el día con un poco de deporte, un buen libro y Pale Ale en el pub irlandés del barco.