Publicado: 27.05.2017
Mi sueño americano personal se ha hecho realidad: ver una vez el Spirit of St. Louis colgando del techo del Smithsonian Institute y el Bell 1, el avión de Chuck Yeager, con el que fue el primero en romper la barrera del sonido. Ellos eran mis héroes en los Readers Digest de mis padres. Se veían simplemente geniales, tan diferentes a los alemanes de su edad, de alguna manera más como rockstars.
Pero precisamente el piloto del Spirit of St. Louis y cruzador del Atlántico, Charles Lindbergh, es un ejemplo clásico de cuán contradictoria puede ser esta situación. Lindbergh era el héroe indiscutido de su tiempo. Fue llevado en andas y la gente incluso pensaba que sería un buen próximo presidente. Se veía bien, era modesto y amable con todos, el favorito de mamá y suegro.
Por otro lado, era un despreciable de primer nivel. Un simpatizante de los eugenistas, que están convencidos de que hay personas que no tienen derecho a seguir viviendo y que deben ser eliminadas de alguna manera, para no arruinar la mezcla. Era un tal fanático nazi que incluso a sus mayores admiradores les resultó demasiado y desapareció de la percepción pública.
Personalmente, siempre he considerado la frase 'Make America great again' como una tontería. Implica que América no es actualmente 'great', es decir, grandiosa. Pero lo es. Estamos en el fin de semana del Día de los Caídos y la ciudad está llena de personas que caminan orgullosamente por su capital y se maravillan ante los monumentos. Escuelas enteras se fotografían en uniforme azul frente al Capitolio y recordarán esto durante toda su vida.