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Tres días descalzo por el desierto

Publicado: 06.11.2017

Esta aventura se describe con las siguientes palabras: abrumadora, única, hermosa, ¡increíble! Aún hoy me cuesta creer lo impresionante que fue la caminata por las dunas de arena del Parque Nacional Lençóis Maranhenses.

Pero empecemos desde el principio. Desde São Luís tomamos un autobús hacia Barreirinhas. Esa misma noche reservamos un tour con un guía de la agencia Malibu y ya al siguiente día comenzamos la aventura. Primero con el bote y luego estaba programada la primera caminata. Descalzos por la arena, rápidamente nos dimos cuenta de que esto no sería un paseo fácil. Pasamos la noche en los límites del Parque Nacional, hasta que el despertador sonó a las tres de la mañana. Café y bollos para el desayuno, lo que en esa hora se sentía más como un bocadillo de medianoche.

Bajo el cielo estrellado, caminamos los primeros 12 km a lo largo del mar. El viento silbaba a nuestro alrededor, el mar rugía.


A continuación, subimos por las dunas. Caminamos de un lado a otro en la cálida arena, al ritmo del guía. Siempre pisando sus huellas, lo que ahorraba energía. Con cada paso, nos hundíamos hasta los tobillos en la arena, algunos hasta las rodillas. Corrimos, brincamos y bajamos las dunas, y al llegar a la cima, la vista era siempre asombrosa. La arena blanca, interminable y tan lejos como el ojo puede ver.


Con un pañuelo, gorra y ropa larga nos protegimos del fuerte sol. El viento nos azotaba con arena.


Las dunas de arena están interrumpidas por hermosas lagunas de agua dulce. Estas se forman en la temporada de lluvia y un baño en ellas fue un refrescante y revitalizante cambio.


Después de más de 20 km, llegamos a una pequeña cabaña en medio del desierto. Allí pasamos la tarde con una siesta, nadamos, disfrutamos de la estancia. Nos acostamos temprano.


El tercer día continuamos a las tres de la mañana. Con piernas cansadas y pesadas luchamos por los primeros pasos. Pero la fatiga se desvaneció rápidamente. Las estrellas, la luna y la arena eran abrumadoras. Era tan brillante que no necesitábamos linterna y pudimos disfrutar plenamente de la vista del cielo estrellado.

Otros 20 km había que recorrer hasta llegar al siguiente destino. Allí nadamos en los lagos, observamos la puesta de sol y luego nos llevaron de regreso a nuestro albergue.

La belleza del Parque Nacional era indescriptible. Cada paso, cada dolor muscular, una ampolla en el dedo gordo del pie había valido la pena. Estar solo en el desierto con esa calma y amplitud, una experiencia única.






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