Publicado: 24.01.2020
Cuando en 1973 el gobierno de izquierda de Chile, apoyado entre otros por los EE. UU., fue derrocado por el ejército chileno, el general Augusto Pinochet tomó el poder y moldeó el país con mano de hierro hasta 1990.
Con Pinochet y los llamados Chicago Boys (economistas chilenos formados en EE. UU. y defensores de la economía de mercado libre) se desató una auténtica ola de privatización y desregulación en el país, que hasta ese momento tenía un carácter socialista. El puro capitalismo llevó de hecho a un cambio económico. Durante mucho tiempo, Chile fue considerado el niño modelo de Sudamérica. Sin embargo, esa imagen acaba de cambiar, como atestiguan las numerosas manifestaciones en el país. El aumento en el precio del boleto del metro en Santiago por unos pocos centavos hizo que la situación rebasara el límite. En ciertos días de manifestación, más de un millón de personas se manifestaron en Santiago en la Plaza Italia. Se manifestaron en todo el país y en todas las ciudades. Y las manifestaciones continúan, al menos en Santiago. Las huellas son claramente visibles. En todo el país.
A primera vista, las cifras económicas de Chile de las últimas décadas pueden impresionar, pero la apariencia engaña. El salario promedio en Chile, según diferentes fuentes, oscila entre CHF 600 y CHF 1,000, aunque el salario medio es significativamente más bajo y la mayoría de las personas ganan menos que el salario promedio.
La vida en Chile es cara. El nivel de precios es comparable al de Alemania. A esto se suma el grave destino del (prácticamente completamente) libre mercado en Chile: las escuelas públicas son malas; quienes pueden permitírselo asisten a escuelas privadas. No hay seguro de salud obligatorio; sin embargo, los empleados están asegurados por el empleador durante el horario laboral. El estado se ha retirado de tal manera que ha alcanzado un nivel poco saludable y las perspectivas para los más desfavorecidos son cada vez más sombrías.
La comparación con EE. UU. me llamó la atención relativamente rápido tras mi llegada a Chile. Además del aparato estatal construido de manera similar a los EE. UU., también se destacan otras paralelismos culturales/estructurales:
- En ningún otro país aparte de EE. UU. he visto relativamente tantos camionetas y SUVs.
- Todos los parques naturales son accesibles en vehículo.
- Las ciudades están organizadas en un formato cuadrado al estilo americano.
- Existen diversos "tribus indígenas" olvidadas que viven en el umbral más bajo de la pobreza y cuya cultura está desapareciendo cada vez más.
- La comida barata es poco saludable y grasosa (pero aun así los Completos y Salchipapas son increíblemente deliciosos :-))
- Está prohibido beber alcohol en público, a menos que se oculte la bebida alcohólica en una bolsa de papel.
- La naturaleza es única, maravillosa y variada.
- El presidente es multimillonario.
Quién sabe a dónde llevará este viaje; un poco más de socialismo y regulación definitivamente le harían bien al hermoso país (y, por cierto, también a los EE. UU.).