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30.01.2017

Publicat: 15.02.2017

Antes del desayuno, vuelvo a disfrutar de la mañana en La Habana. Me gusta pasear entre las 7 y las 8 de la mañana, cuando la ciudad despierta, los primeros cubanos se dirigen al trabajo y las pequeñas cafeterías abren. Camino por el Malecón hasta el Hotel Deauxville, mientras las olas altas golpean el muelle y caen como una lluvia ligera sobre la acera y la calle de seis carriles. De regreso, me deslizo por las calles de Centro Habana. Desayuno en el hostal con Gaston, y más tarde se une a nosotros una anciana estadounidense muy habladora. Ella también está al final de su viaje y me da - aunque de manera muy detallada - algunos consejos útiles para mi viaje. Luego me dirijo a cambiar dinero. Me toma un tiempo encontrar la cola correcta, pero luego solo tarda media hora. Por 30 CUC obtengo un buen montón de pesos (720 CUP en billetes de 20). Sin embargo, mi búsqueda de sandalias (talla 46) y gafas de sol no tiene éxito. La reserva del autobús Cubacan a Viñales en el Hotel Plaza se hace sin problemas. Así que mi viaje continúa el miércoles a las 8:00 am. Como ya estoy cerca, decido hacer otra caminata por Habana Vieja. Una pizza pequeña por 15 pesos (alrededor de 60 centavos) satisface el primer hambre. Esta vez veo las cuatro plazas que se encuentran en el casco antiguo. Me gusta particularmente la Plaza de la Catedral. La plaza tiene para mí el mayor encanto, porque está en gran parte cerrada y los edificios armonizan bien. Paseo por la Calle Mercaderes y sobre la Plaza de San Francisco de Asís. Hoy los jineteros me llaman menos la atención, probablemente porque hay más turistas por ahí. Después, regreso al Museo del Ron, donde hoy puedo unirme a una visita guiada. El recorrido es interesante, pero no realmente espectacular. Un trago de 7 Años para finalizar y luego salgo de nuevo al agradable calor. Decido tomar una cerveza en La Factoria Plaza Vieja, la cervecería artesanal original de La Habana, con una bonita vista de la plaza bajo el sol de la tarde. En el camino hacia el Barrio Chino, después compro 5 plátanos con mi nuevo dinero por unos 20 centavos. Paso de nuevo por la calle comercial San Rafael, al final giro a la izquierda y ya estoy en un Chinatown donde parece que no hay ni un solo chino. A excepción de los pocos turistas chinos que a veces se ven pasar. El camarero es amable, la comida deliciosa y, sobre todo, abundante y no muy cara. Después de que me termino mi Refresco Nacional de Naranja, ya me dirijo de regreso al hostal y espero con ansias mi incómoda cama tras muchas horas de estar de pie.

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