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De regreso a Málaga, donde todo comenzó

Publicat: 19.02.2020

Después de casi una semana en Sevilla, me despido no solo de esta hermosa ciudad, sino también de mi tiempo aquí en Andalucía, que se acerca a su fin. En el autobús, que regresa en dirección a Málaga, viajo con música en los oídos una vez más hacia los lugares que me mostraron su encanto y belleza.

Aún tengo unos días, y aunque tengo ganas de ir a otro lugar, el sentimiento que predomina en mí es disfrutar de este encantador tiempo sin estrés hasta el final.

Y porque en la vida, y sobre todo en los viajes, siempre sucede algo diferente a lo que se pensaba, el estrés comienza de inmediato, apenas he pasado una buena media hora bajo el sol - y aún contento con la llegada - en el siguiente taxi, que me lleva por Málaga. Un lugar diferente para el final, al menos para los primeros días. Una buena idea, difícil de aplicar. El taxista no tiene ni la mejor de las actitudes y tampoco está dispuesto a ayudar. La mujer en la recepción del nuevo lugar es semi amable, ya que está cambiando turnos y me quedo con un empleado que no es precisamente más amigable, y que tiene la tranquilidad de su predecesora, aunque no su rapidez.

Después de media hora, me encuentro en una habitación de 6 camas vacía, que me pareció más económica que la individual sin ventana, y como mencioné, por ahora y también durante los próximos 3 días, permanecerá sin más huéspedes.

Está bien, abro la puerta del balcón y fumo sentado en el estrecho espacio que en realidad solo sirve como saliente de la puerta del balcón.

Después, me ducho, y cuando quiero aclarar un error de facturación del empleado en la recepción, mientras este se pone cada vez más obstinado y grosero, ya no me sorprende nada. De alguna manera, todo sale mal. Pero tal vez haya llegado de regreso demasiado pronto. Intento hacer lo mejor posible, voy al puerto y al mar, y me doy cuenta de cómo deseo estar aquí con Ana e Isabel, en el viejo albergue. Nostalgia.

Por la noche, salgo a comer y me quedo largo tiempo sentado en la playa, hasta que oscurece y luego regreso.

Pasando de largo al empleado grosero, que está cenando con otros del albergue, llego cansado a mi habitación, donde empiezo a empacar mis cosas, que acabo de desempacar. Solo una noche, no más ni menos, estaré aquí, y eso también solo porque estoy demasiado cansado para irme ahora.

Con un racionamiento de cigarrillos que me durará los próximos 2 días, al día siguiente llego temprano al viejo hostal familiar con la hermosa vista al mar, a solo unos cientos de metros de él, y de inmediato todo se expande nuevamente en mí. La libertad, la luz y la vida desplazan la llegada, que estuvo bajo una mala estrella ayer.

Cuando entro en la también familiar habitación de mujeres, que huele de alguna manera a farmacia de abuela - al menos a un montón de hierbas que no parecen de esta época - y mi mochila toca un poco la cama vecina, que está cubierta de una avalancha de pañuelos, que me llamaron la atención junto con el olor en cuanto entré - veo a una mujer, de cuya edad no puedo estimar. Me mira tímidamente y grita vehementemente 'No'. Su mano está en uno de los pañuelos, que muestra a San Nicolás, que pertenece al mundo ortodoxo. Parece que la he asustado, coloco la mochila al otro lado y la miro y digo 'Todo bien'.

Aparte de ella, en la habitación hay una escocesa, una filipina que viene de América, que conozco desde mi primera estancia aquí, y una francesa. En la terraza encuentro al anciano francés, que también estuvo aquí en Navidad y que todavía solo habla francés y parece un fósil del desierto, rodeado por tanta aura viajera. También está el hombre mayor que nunca ha dicho de dónde es, bebiendo su té, comiendo sus cacahuetes y saludándome con alegría. En mi imaginación, él ha estado al menos una vez y durante un año en total aislamiento en los bosques canadienses y en algún momento, y de todos modos, también en India. Se parece al compañero de actuación de Julia Roberts en 'Eat, Pray, Love', quien se ocupa de ella cuando está en el ashram. Abajo, en la cocina, mientras me preparo un té, encuentro a la venezolana Auri Mar, que ha estado aquí con su esposo desde hace 2 meses. Subimos juntas y charlamos.

Con la arena bajo los pies, el mar frente a mí, abajo en la playa, llego nuevamente a Málaga, donde al principio también me senté y mi viaje comenzó.

Estoy un poco melancólico, ya que no me queda mucho tiempo, pero es una dulce tristeza que se mezcla con los colores del día que se despide en el ahora y hace que este momento sea especial. Es hermoso llegar a un lugar donde ya has estado y donde los recuerdos se encuentran con lo nuevo.

La infinitud de la escalera y sus innumerables peldaños, hasta que llegas al vestíbulo del albergue oasis, me sacan una sonrisa mientras regreso de la playa.

En el último escalón de la escalera, ya escucho voces que solo pueden provenir de las personas que están sentadas afuera en la zona de fumadores, entre la entrada y la terraza. Qué bien se siente llegar aquí, donde habita el lenguaje y la vitalidad.

En la cocina se está cocinando, logro ocupar un fogón después de 2 cigarrillos para hacer mi pasta y mientras tanto conozco a otros huéspedes: un chico de Coblenza, que ha estado viajando como nómada digital durante 2 años, y 2 franceses que vienen de Burdeos. Después de la comida, que comparto con Auri Mar, estoy sentado afuera en el sofá tratando de seguir la conversación con la escocesa que se ha unido a mí. Ella me cuenta dónde ha estado y me muestra fotos de su hijo que vive en California.

Al día siguiente, me levanto temprano para disfrutar del amanecer en la terraza. El compañero de película de Julia Roberts ya está sentado con una taza de té en una de las sillas. Le hago un gesto con la cabeza y me siento en el sofá. El silencio de la mañana tiene una magia que está aún intacta de todas las influencias, excepto de las de la naturaleza.

Hoy solo estamos dos, los demás aún duermen, exceptuando al chico de Dinamarca, que vi al abrir la ventana del baño después de la ducha, mientras realizaba acrobáticamente en la estrecha pared de la abrevadero, justo debajo de la terraza, el saludo al sol en un bucle repetido. Él llegó anoche tarde.

Después de que el sol ha traído la mañana a la luz del día con sus colores más hermosos, salgo para llegar a la estación de autobuses María Zambrano, desde donde partí y regresé ayer.

Camino por la playa hasta el puerto para disfrutar de la mañana, el mar brilla. En el puerto, me dirijo a la parada allí y tomo un autobús para recorrer el último trayecto.

El billete que me expide la máquina es hacia Benalmádena, donde estuve una vez cuando era niño y que se encuentra a solo 20 km en coche.

En el tren me siento al lado de tres adolescentes, 1 chica y 2 chicos.

Entramos en conversación y descubro que ambos son de Benalmádena, la chica es de Torremolinos.

Me caen bien, son adolescentes simpáticos, que se muestran geniales mientras al mismo tiempo están inseguros y sin embargo envueltos en un espíritu que les hace sentir que el mundo les pertenece - libres y listos para todo lo que viene - un hermoso estado de ánimo en el que también me encuentro durante mi viaje.

Al bajar del tren, nos despedimos y sigo caminando hacia abajo, siempre recto, al mar. Tardo más de lo que pensé, la estación está más alta de lo que me había parecido. Mientras camina por la calle y me acerco más a la playa, trato de recordar algo, encontrar la casa en la que estuve durante mis vacaciones hace 25 años. Aquel entonces no era tan turístico y había menos rascacielos.

Al llegar al agua, me siento en un banco y disfruto de la vista al mar. Cuánto tiempo ha pasado y ahora, después de tantos años, me parece una eternidad. Tenía 13 años y sé que desde entonces, como en cualquier otro lugar del sur, me sentí bien y más conectado conmigo mismo.

Me gusta que sea temporada baja y no haya mucha gente, la playa no está muy concurrida y tengo tranquilidad para pasear y volver a absorber el ambiente. Me quedo largo tiempo en el mar, disfrutando cada momento que me queda aquí. Un hermoso día nostálgico en el mar. Pregunto hasta dónde puedo caminar por la playa y me dispongo a continuar, paso por Torremolinos, que me recuerda a una amiga, invitándome a hacer una pausa en una de las tumbonas vacías. Mientras el cielo se oscurece con el atardecer, sigo adelante y paseo a lo largo del mar. El viento es suave, el aire refrescante y cada mirada aclara mi conciencia.

El azul es encantador, la transición a la oscuridad es pintoresca y la luz crea una acuarela en suaves energías que expande inexplicablemente mi espíritu. Una y otra vez, magia. Esta tranquilidad y humildad de la noche, me conmueve cada vez, y sin dudarlo, automáticamente, la paz de este verano invernal regresa a mi corazón.

Camino ya en la oscuridad hasta Playa de los Álamos, donde solo me encuentro con una corredora y su perro, y allí giro en una rotonda que lleva al pueblo y a la estación donde tomaré el tren de regreso a Málaga.

Al llegar tarde por la noche al albergue, cansado pero satisfecho, con un té en el área exterior, da inicio la ronda nocturna habitual en el área de fumadores. Esta vez también se ha unido Elena, cuya cama está decorada con San Nicolás. Ella se sienta frente a mí y mira alrededor. Peter, un polaco que habla un poco de español y algo de inglés, intenta a veces traducir con su ruso escolar. Ella le muestra su teléfono y quiere establecer contactos, pero cuando se supone que debo introducir mi número, le devuelvo el teléfono. No entiendo nada de lo que muestra su teclado cirílico. Peter lo cambia y cuando ella recibe un globo terráqueo de mí, una sonrisa aparece en su rostro.

Nos enteramos de que volará a Barcelona al día siguiente para tomar su vuelo a Moscú. Cómo llegar al aeropuerto se convierte en un tema. Dejo que Peter traduzca que tiene que ir hasta la terminal de autobuses y de ahí tomar el tren. Cómo ha llegado hasta aquí es un milagro, ya que realmente no entiende una palabra de español, no se mueve bien y viaja con muchas cosas. Sin embargo, logra subir todos los escalones al albergue a su propio ritmo. Ayer por la noche la vi cuando regresé de la playa y le sostuve la puerta. Ella viaja sola y ha logrado llegar aquí, lo que me impresiona. Como solo me queda una cosa por hacer y aún me quedan 3 días, le ofrezco acompañarla si lo desea. A diferencia de ella, al menos puedo preguntar por el camino. Ella asiente y está agradecida.

Al día siguiente me voy a la ciudad y finalmente compro una imagen de la Virgen del Carmen (también conocida como 'Estrella de Mar'), patrona de los pescadores y navegantes, y San Pacracio, el santo patrón para asuntos de dinero y salud, después de que ya había comprado a pedido de una amiga en Sevilla.

Lamentablemente no encuentro ninguna Guadalupe que me guste, la única, bellamente hecha, más grande y decorada con oro, supera mi presupuesto que me queda al final, pero pido una tarjeta en la pequeña y encantadora tienda que tiene un ambiente maravilloso. A cambio, compro por ahora un rosario en burdeos, con cuentas de vidrio, que lleva su imagen.

Como no soy religioso, al menos no en un sentido eclesiástico ni de manera cristiana, sin embargo, tengo mi propia fe en el universo y Pachamama, de las poblaciones indígenas de América Latina, estas vírgenes y los accesorios son, sin embargo, de gran importancia para mí. La Virgen del Carmen, que también se venera en América Latina, aunque se le atribuye un significado completamente diferente, está 'incorporada' en mi nombre.

De vuelta en el albergue, guardando las figuras en mi armario, bajo a la playa y disfruto del resto del día en el mar y al sol, hasta que el primer día de la tarde salgo con Elena hacia la terminal de autobuses María Zambrano y de ahí tomo el tren hacia el aeropuerto.

El camino en sí no es muy largo, pero con todas sus pertenencias y su discapacidad, nos toma más tiempo. Finalmente, al llegar al aeropuerto, ya es de noche y hace viento, estamos en el vestíbulo y miramos alrededor. Ella me muestra un papel que saca de su bolsillo y me mira. En español dice que, debido a su discapacidad, tiene derecho a usar una silla de ruedas. Asiento y ya he notado en el camino al vestíbulo que sus fuerzas van disminuyendo. ¿Dónde hay alguien a quien se pueda preguntar? No veo a nadie que parezca pertenecer al personal del aeropuerto. Le indico que se siente y me espere, luego vuelvo a salir y pregunto a un taxista que viene hacia mí. Él me señala hacia la entrada de los trenes, de donde acabamos de venir, allí hay un intercomunicador para avisar. Regreso, le hago una señal y le indico que tenemos que volver. Con gestos lo entiende de alguna manera y se levanta, no quiere esperar sola.

Después de un cuarto de hora, finalmente llega un hombre en uno de esos vehículos que transportan personas. Es simpático y amable y nos lleva con todas las cosas de Elena hacia otra puerta que está un poco más alejada y está por encima del aeropuerto.

Pasamos por la puerta que se abre automáticamente y por el vestíbulo, hasta que nos detenemos directamente en el mostrador de facturación. Elena se alegra y parece aliviada. Después de que deja su bolso y se anota todo, continuamos y nos detenemos hasta el fondo del vestíbulo, donde se dirigen las puertas, después de haber pasado el área de control. Elena se sostiene tembloroso en su bastón y me mira. Sus ojos brillan y hablan de gratitud. Le sonrío y le indico que ahora vamos hacia el avión. Con los brazos extendidos me coloco frente a ella e imito un avión. Ella se ríe. La ayudo a colocar las cosas en la cinta y a quitarse la chaqueta, que también tiene que pasar por la cinta. El proceso tarda un poco, ella ya está de nuevo en la silla de ruedas y observa lo que sucede, alegre, emocionada, cansada, un poco perdida y, sin embargo, segura en su mundo, que no es este. Todas las pastillas que saca de sus bolsillos mientras se quita la chaqueta y tiene que ponerlas en la cinta, revelan su destino.

Nuestras miradas se encuentran y ella dice 'trauma'. Tomo su mano y la aprieto suavemente. El amable conductor le dice que ahora puede pasar por el control. La ayuda a levantarse y le habla en español. El hecho de que no comprenda nada no le molesta, estoy seguro de que su amabilidad humana también ella la entiende.

Me hace un gesto de despedida, le devuelvo el gesto y le agradezco con un gesto que tuve la oportunidad de acompañarla y me doy cuenta de que estoy verdaderamente triste en este momento. La conexión y gracia de nuestro breve tiempo, en el que nos hemos relacionado, ahora se siente de manera conmovedora.

Cada encuentro tiene su sentido. Le deseo en mis pensamientos todo lo mejor y agito mi mano una vez más mientras ella se da la vuelta antes de desaparecer.

Nuevamente afuera, fumo un cigarrillo antes de regresar en tren a la terminal de autobuses. En el albergue, me siento en la terraza con un té y más tarde converso con el chico de Coblenza, que se ha unido a mí. También han llegado nuevos huéspedes, 3 finlandeses, jóvenes que recorren Málaga y España con sus patinetes. Esta tarde los vi en el paseo marítimo.

Al día siguiente, estoy sentado con Auri Mar en la terraza bajo el sol y escucho la lista de éxitos de los dos franceses que han montado su caja de Bluetooth. Canciones de mi juventud y con las que crecí: Pink Floyd, The Eagles, Neil Young, Cat Stevens.

Los últimos dos días camino por la playa hasta el puerto y recorro nuevamente la ruta a lo largo de la carretera hasta la ciudad y la iglesia y me siento en un banco allí.

La última tarde la paso en el mar, me quedo toda la tarde allí y por la noche paseo por la playa al atardecer. Sumerjo el rosario con la Guadalupe en el agua del mar, dejándolo envolver y limpiar por la sal.

El viento nocturno del sur de esta tarde y el susurro de las olas traen imágenes, sentimientos y palabras de esta maravillosa época y viaje a la playa de Málaga, que también me recibió la primera noche de mi viaje - no será la última vez - eso lo sé. Respiro profundamente y luego regreso al albergue.

Con la escocesa, que ha traído un montón de delicias de su excursión por la costa, el chico de Coblenza, Auri Mar y Peter dejo que la noche transcurra en el salón de fumadores.

Es viernes, fin de semana, al estar condicionado por el descanso nocturno. A las 6 va al aeropuerto. Después de dejar el equipaje, estoy afuera de la puerta mirando al cielo aún oscuro. La luz amarilla y naranja de la mañana despide mi estancia aquí, que ha sido única, hasta que llego a la zona de Duty Free.

Espero haberles transmitido algo del sur y sobre todo, la magia del momento. Agradezco a todas las personas que he encontrado y que han hecho de este viaje algo especial. Las mejores intenciones son tan diversas como las personas pueden tocarte. Siempre te recogerán donde estés en tu vida.
Agradezco a mi alma, que se ha entregado a cada alegría, cada desafío, cada belleza y se ha dejado guiar para revivir lo antiguo con lo nuevo, así como cada uno de ustedes me ha revitalizado.
Todos hablamos el mismo idioma y deseamos lo mismo: ser vistos, escuchados, aceptados, amados y aceptados tal como somos. No mejores o peores que el otro, solo más plenos y más ricos en crecimiento, cuando hemos tenido un nuevo encuentro.


Gracias Andalucía por abrirme tus puertas y darme la bienvenida con los brazos abiertos 🙏 VIAJAR, SIGNIFICA VIVIR❤️ Gracias Málaga, Granada, Cádiz, Zahara De Los Atunes, especialmente Atlanterra Playa, Sevilla, Benalmádena, Torremolinos, Málaga.
Hasta la próxima

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